Tuesday, February 12, 2008

Cinco para la seis

Aparecieron frente a la puerta. Sin decir mucho, de hecho sin decir nada. Veía a mamá frente a ellos, tampoco hablaba mucho, sabía bien lo que significaba el tener a dos uniformados frente a su puerta, dos uniformados que estiraban su brazo y le entregaban una hoja amarilla, vieja, con el sello de la república adornando la parte delantera de la carta.

Yo lo vi todo, estando al otro lado de la calle. Los v i llegar, los vi bajarse del auto. Noté con detalle el brillo de sus zapatos de charol, vaya, si que brillaban y vaya que se veían elegantes. Uno de ellos, el mas apuesto, revisaba si su gorro estaba bien puesto, si no estaba torcido, el otro sostenía la carta en su mano. Aseguraron estar uno al lado del otro antes de timbrar y entonces mamá se asomó.

Me agradaba la manera en que no expresaba nada en su rostro, pese a que sabía lo que significaba, no se mostró perturbada, de hecho no se mostró de ningún modo, solo se mantenía de pie, ahí, frente a ellos que al igual que ella no muscitaron palabra alguna. Se limitaron a estirar el brazo y entregarle la carta, uno de ellos, antes de retirarse, dijo "El gobierno siente mucho su perdida". No siendo mas, dieron media vuelta, como lo hace todo uniformado frente a su mayor, subieron al carro, el rrrun rrrun del motor era bastante fuerte y arrancaron en la misma dirección en la que llegaron.

Mama siguió parada en la puerta mirando la carta, al rato me miró mirándola desde el otro lado de la calle y por alguna razón me aferré con fuerza a la dirección de mi bicicleta.

Eran ya las seis de la tarde, tenía hambre, mamá sabía que a esas horas me daba hambre, al igual que a Papá. Dobló la carta, se la guardó en el bolsillo del delantal blanco que tenía puesto y me miró nuevamente.

- Entra en cinco minutos. Es hora de comer