Monday, May 23, 2005

La sombra del caminante

Con el reciente apoyo que ha tenido la producción audiovisual colombiana por parte del gobierno, se han generado grandes expectativas alrededor de la misma. Se espera que este año se realicen y salgan a las salas de cine un total de veinticinco películas nacionales, siendo “Perder es cuestión de método” de Sergio Cabrera y “La sombra del caminante” de Ciro Guerra, las dos primeras producciones en ser vistas. Las expectativas han sido muchas y muchos han quedado satisfechos con lo que se denomina actualmente “La nueva mirada del cine colombiano”.

En una entrevista de “El ojo que piensa”, el director Ciro Guerra afirma que La sombra del caminante “se trata de dar una mirada diferente sobre el conflicto colombiano”. Yo me pregunto ¿En qué consistirá el concepto que el tiene de diferente?

La sombra del caminante nos presenta a dos personajes; Mañe, un desempleado con una pata de palo que intenta ganarse la vida vendiendo muñecos realizados en origami y El hombre de la silla, un ser misterioso que se gana la vida como silletero, cargando gente en una silla de madera, con unas extrañas gafas artesanales y una sombrilla que lo protege del sol.

En un principio, vemos lo que parece ser una película que habla sobre el trabajo informal y una relación de amistad que se forma entre un ser discapacitado, con problemas para trasladarse, y un ser muy solitario, que puede necesitar la compañía y al mismo tiempo ayudarlo. Pero en cuanto se desenvuelve la historia, esta realiza un punto de giro que cambia por completo la trama de la película. Ya no es sobre el trabajo informal, mucho menos de una relación de amistad. La película resulta siendo una más de las muchas películas que abordan lo que tanto denominan “Realidad colombiana”.

Con giros forzados y actuaciones sumamente regulares, La sombra del caminante no es una película “diferente”. Quizás la única diferencia es que muestra algo mayor o para algunos, general, a partir de dos individuos, en lugar de ir de lo general a lo particular, lo cual considero acertado (aunque esto ya se ha visto en otras producciones como “Confesión a Laura”). Por lo demás, esta producción no va más allá de mostrar lo terrible, de juzgar la situación a partir de una mirada sesgada, contada a través de la voz de quien claramente no la ha experimentado.

Los pocos diálogos que tiene la película no llevan a ningún lado, a excepción del monologo final de El hombre de la silla, a parte de eso, nada de lo que se dice y se muestra nos habla de los matices de estos individuos. Nada justifica la relación que entre ellos nace, es tan solo algo que parece presentarse para contar algo que en el fondo no depende de dicha relación y los realizadores parecen estar al tanto de ello, razón por la cual, al parecer, decidieron realizar unas conexiones sumamente absurdas entre el pasado de uno y el otro, conexiones que de ningún modo resultan bien logradas, que resultan demasiado forzadas, poco fluidas y ante todo nada creíbles.

Ciro guerra afirma que su película es “una mirada diferente” cuando lo que hace es repetir la formula de los noticieros del mediodía haciendo que el espectador se revuelque en la miseria ajena, más nunca permitiéndole identificarse con sus personajes. No sentimos ningún tipo de familiaridad con Mañe, ni con el hombre de la silla, no parece algo que nos toque, sigue siendo demasiado impersonal y estos dos personajes, parecen ser tan solo una excusa para poder decir nuevamente “Mire la situación en la que estamos” y lo que es peor, venderla como “La realidad colombiana” y aún así, se tiene el atrevimiento de preguntar “¿Por qué tienen una opinión tan mala de nosotros en el extranjero?” olvidándonos que aquello es el resultado de nuestras propias acciones.

No por esto se debe entender que estoy proponiendo contar historias felices con finales rosa y moralejas educativas mientras en el fondo se escucha la melodía de los teletubbies, al contrario, creo firmemente en la importancia que tiene el enfrentar la situación, que el cine de un país, (y el arte en general) tiene la obligación de hacerlo. Lo que no tolero es que lo muestren de una manera tan superficial, que solo muestren el dolor y la miseria por el dolor mismo, por la miseria misma.

Situaciones tan severas como el actual conflicto de nuestro país tienen una raíz, un fondo, tienen una razón de ser que va más allá de los actos homicidas. Aunque cueste creerlo, existe un lado sumamente humano detrás de todo el asunto. Y con humano no me refiero a bueno, eso es tan solo una pequeña porción de ello. Con humano me refiero a arrepentimiento, a sentimiento. Con humano estoy hablando de ideales y de la lucha por cumplirlos a costa de lo que sea y de quien sea. Con ello me refiero a aspectos de cualquier individuo que, pese a ser único a irrepetible, se asemejan mucho a los nuestros. Por mucho que nos asuste, por mucho que queramos negarlo, es necesario recordar que todos tienen sus motivos, que el homicida siente de manera muy similar a como lo hace su victima,

Cuando el cine colombiano logre perfilar a sus personajes con profundidad, cuando sus diálogos nos permitan aclarar una u otra situación, cuando nos inviten a pensar y a reflexionar sobre lo que sucede por que sentimos que lo visto nos estaba sucediendo a nosotros y que al mismo tiempo el gringo, el europeo, el asiático puedan sentirlo también, entonces podremos hablar de una “realidad colombiana”, una que compartamos la mayoría pese a las diferencias de nuestra situación. Podremos mostrarnos con orgullo ante el mundo por que solo entonces el mundo notará que también sufrimos lo que ellos sufren, que sentimos de una manera diferente, pero tan valida coma la suya, que todos somos únicos e irrepetibles, pero también somos humanos.

Y mientras llegue ese momento, si es que va a llegar, solo nos resta esperar. Quien quiera intentar hacer algo diferente bien pueda intentarlo; quien no se interese, bien pueda estarse tranquilo, que mucho hace el que poco estorba y quienes no saben, entonces decídanse rápido, que la duda a todos agobia y nos hace sentir, como dice Ciro Guerra, “esta desazón de no saber para donde vamos”, la misma desazón que tenemos con respecto a nuestro cine, a nuestra cultura, a nuestra extraviada identidad que en situaciones extremas, y parafraseando a El hombre de la silla, nos hace pensar que “Nosotros ya no tenemos perdón”.

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